Tot s'encomana
Qué queréis que le haga
Sucede que un día los residentes de una residencia universitaria se juntan para poner en común sus opiniones al respecto de las deficiencias del servicio de comedor. Sucede que desde el principio el objetivo último de la reunión es reflejar por escrito esas opiniones y enviarlas a la Consejería de Educación de la Comunidad Autónoma. Sucede que yo no asisto a la reunión, entre otras cosas porque acabo de llegar de un examen y quiero cenar. Y sucede que algunos me miran mal (en parte porque lo sienten y en parte por vacilarme) por no asistir.
Miradme como os parezca, pues estáis en vuestro derecho; pero también creo que cada cual tiene sus principios y está en su derecho a no asistir a una reunión si cree que no va con sus métodos. Aparte, en ningún momento a mí nadie me informó de tal reunión, aunque no negaré que la cosa se mascaba en el ambiente.
Qué queréis que le haga. No me gustan las broncas, ni las declaraciones de guerra ni, no sé muy bien cómo llamarlo, los “delirios de grandeza”. Por lo pronto, me parece desproporcionado, de repente, enviar una carta a la Consejería de Educación. Por varios motivos. Primero: los orígenes de esas quejas no me parecen lo suficientemente determinantes como para emprender una medida de semejante alcance. Segundo: siempre me ha parecido bajo y traicionero irse a chivar a la autoridad de lo que hace o deja de hacer alguien a quien ves todos los días; creo haber demostrado en suficientes ocasiones que soy partidario de solucionar las cosas con diplomacia, limpiamente y entre los implicados, sin clavar puñaladas por la espalda. Tercero: me parece ingenuo por nuestra parte que, a dos semanas vista de la fiesta de primavera, en un alarde de yo no sé qué sentimiento de enaltecimiento, nos sumerjamos en semejante berenjenal, entre cuyas consecuencias puede estar, fácilmente, que la Directora suspenda la fiesta de primavera, un evento que todos estamos deseando pero que no deja de suponer una serie de gastos extraordinarios para el Centro y que, en tiempos de crisis como éstos, no vendría mal ahorrarse. Y cuarto: me parece aún más ingenuo y, sobre todo, egoísta no pararse a pensar en las implicaciones que semejante acción puede desencadenar para con terceras personas, a saber: el personal que prepara las comidas, el personal de administración y servicios, los ordenanzas, la directora e incluso los propios becarios, quienes, en nuestro papel de intermediarios, nos vemos en un serio compromiso por no poder “fallarle” ni a un “bando” ni a otro.
Lo digo una vez más: no me gusta ser ruín ni andarme con malos rollos, así que os ruego que igual que no he puesto el más mínimo impedimento para que hagáis lo que creáis oportuno y que, por supuesto, tampoco voy a chivarme a la Directora, también os ruego que me dejéis decidir si apoyo o no la carta de marras (sin haber asistido a la reunión tampoco la voy a firmar, porque no sé lo que firmo). Pero por otro lado, si no me gusta traicionar, menos aún mentir. El día en que la Directora nos pida cuentas a los becarios (que serán los que tendrán que dar la cara), no voy a poder negar que sí estaba al corriente de lo que había entre manos e incluso, en la medida en que mi conciencia me lo permita, tendré que contarle lo que sabía (que, por suerte, será poco, ya que no asistí a la reunión).
Ya el año pasado hubo otra intentona de hacer algo parecido y ya, por el mero hecho de participar en esa reunión (cuyas iniciativas de presentar una queja por escrito en la Delegación, encima, ni siquiera prosperaron) la Directora se encaró enormemente con nosotros los becarios y adoptó una actitud bastante poco grata para el conjunto de los residentes. Y sinceramente, a mí no me gusta vivir enemistado con nadie, sobre todo, por pasarnos de listos.
Es humanamente comprensible que a nadie le haga ninguna gracia que se le vayan a quejar a su jefe porque tal o cual aspecto de la gestión que hace presenta deficiencias. También comprendo que habrá situaciones en que esa opción sea la única salida para quien está formulando la queja y por ello en ningún momento la descarto a rajatabla. Pero también comprendo que, antes de tirarnos el pisto enviando un escrito guay a alguien que, por otro lado, tiene otras tantas cosas que hacer, quedan otras vías de protesta, puertas para dentro. Si yo fuera vosotros, presentaría una queja formal y documentada (más allá de anécdotas sueltas) ante la Directora del centro o propondría que se constituyese una comisión permanente de seguimiento del servicio, o incluso ofrecería mi propia colaboración a la persona o las personas responsables de las deficiencias detectadas. Cualquier cosa encaminada a “construir”, no a “destruir”. Porque, sí, esa impresión tuve: en esa reunión desde el principio había bastantes ganas de bronca, de poner a caer de un burro a quien hiciera falta, y de que algunos se sintieran “importantes” asumiendo el papel de líderes espirituales.
Y ojo, que yo también tengo mis quejas. A mí también me parece lamentable que este domingo alguna bolsa de la cena contuviera un tomate en mal estado (y eso que aquí la responsabilidad es de quien metió los tomates en las bolsas; y eso que lo hicieron por iniciativa propia y con su mejor intención, para que los bocatas fueran algo más alegres). A mí también me parece lamentable la racanería que, en más de una ocasión, demuestra quien se encarga de suministrar los ingredientes al personal de cocina. Y a mí también me parece lamentable que todas las santas semanas nos pongan flamenquines o sanjacobos y que el menú de la semana lleve faltas de ortografía. Pero por lo pronto ninguna de estas observaciones me supone el fin del mundo (nadie es perfecto). Por otro lado, también me parece lamentable que la gente se queje a veces porque “no le gusta el arroz negro” o porque “qué asqueroso es este pescado”. Eso no me parece un motivo de queja. Me parece, en todo caso, una falta de educación que, para colmo, se está intentando pagar con terceros. Así pasa: cualquier mínima innovación culinaria nunca prospera, porque la gran mayoría de los residentes luego van y se quejan. Recuerdo que en mi primer año, un día, nos hicieron un “menú alemán” (y hubo, cómo no, quien dijo que vaya un asco de comida; yo agradecí poder probar cosas distintas de las de todas las semanas). Pero iniciativas similares no se han repetido desde entonces, y de eso también me quejo.
Pero fuera del terreno alimenticio, también tengo mis quejas. La calefacción desmesurada y el gasto absurdo de energía que conlleva tener las ventanas abiertas y la calefacción a tope. El horario de apertura de la piscina (¿de 4 a 6 de la tarde?). Lo pronto que se cena. Lo mal que va la WiFi y el incompetente servicio de autenticación que hay contratado con una empresa que, encima, pasa de nosotros cuando hay problemas. El poco cuidado que se tiene a veces al limpiar las habitaciones (no me hizo mucha gracia encontrarme un día encima de la mesa todos los apuntes revueltos). Que no pueda uno entrar por la puerta delantera porque a no sé quién se le antojó decir que esa puerta debía estar siempre cerrada a partir de las diez de la mañana. Que la Directora no tome medidas más drásticas para que la gente respete las horas de sueño (a los que tenemos problemas para dormir eso nos toca las narices bastante) y ande por los pasillos dando voces sin importar si son las doce del mediodía, las cuatro de la tarde o las seis de la mañana. Pequeñeces de ésas se me ocurren a patadas. Pero, sinceramente, estoy aquí de paso y como entiendo que es imposible que siempre llueva a gusto de todos en un sitio como éste, pues lo intento sobrellevar como buenamente puedo. A lo sumo, de vez en cuando manifiesto esas quejas a los implicados o, si lo llego a creer conveniente, a la Dirección. Pero procurando un poquito de consideración, no en plan “pie de guerra” ni con ganas de hacer daño a nadie, por muy lerdo o escaso que me parezca ese alguien. Y no mando una carta al consejero de Educación. Y si en algún momento esos problemas se me volvieran especialmente incómodos, pues me voy a un piso, que aquí nadie me obliga a estar, y encima me están subvencionando la mitad de lo que cuesta.
Y es que quejarse es fácil y cómodo. Agradecer ya es más difícil. Y comparar tus problemas con los de otros que viven mucho peor que tú, mejor ni intentarlo. Lo gracioso es que, a la larga, el que va por ahí quejándose por todo y encarándose con la gente lo único que consigue es buscarse enemigos y complicarse su propia existencia. Y buena gana, porque nuestra existencia ya de por sí es suficientemente complicada.
He estado trece años comiendo en el comedor de un colegio pijo. Vale que éramos mil no sé cuántos alumnos y que el ambiente no fuese tan familiar como aquí. Pero, inevitablemente y por muy pijo que fuera el colegio (lo de pijo lo digo emulando la terminología que me suelen restregar algunas personas; a mí siempre me pareció que había las mismas grandes personas, la misma gente y la misma "gentuza" que en todas partes), quejarse por la comida que nos daban era también uno de los temas estrella. Y recuerdo que alguna vez también apareció un gusano en un plátano. Y es que en un comedor público siempre habrá quejas, porque se cocina para muchos y porque no estás en tu casa. Así que lo más sensato es intentar asumirlo (y, si detectas cosas que verdaderamente se salen de lo asumible, generar las críticas constructivas necesarias) y Santas Pascuas. Tomárselo como si en ello fuera la vida y emprender, por deficiencias puntuales, cruzadas cuyas consecuencias pueden resultar violentas para ti mismo y para otros tantos me parece desmedido.
Qué queréis que le haga.
PD: este texto lo escribí antes de poner la película de hoy (“Las vírgenes suicidas”, de Soffia Coppola). Terminada la película (por cierto, Arturo, eres infalible, macho) y conmocionado todavía por lo humanamente bella que es la historia que cuenta, las pequeñeces éstas sobre el comedor me importan un auténtico bledo (luego, por lo visto, el pijo soy yo). Pero bueno, como pongo “películas raras” (soy raro, así que pongo películas raras; qué queréis que le haga), no hace falta que la gente baje a verlas si no quiere. Así tiene más tiempo para seguir quejándose de la comida.
PD 2: pese al tono irónico y hasta violento de este texto, ni se os ocurra pensar que pueda guardar rencor a alguien. Eso también va contra mis principios. Simplemente comprended por favor que yo también tengo mi cabecita y mi escala de valores y que si en algún momento no entendéis mi actitud puede simplemente ser porque no me conocéis lo suficiente. Y ahora disculpadme, que voy a salir (por enésima vez en diez minutos) a pedir que dejen de dar voces por el pasillo, porque Franjo y otros residentes intentan dormir.
PD 3: o a lo mejor no les digo nada y directamente se lo chivo mañana a la directora.
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