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Archive for abril 2009

Tot s'encomana

Acontecimientos de los últimos días:
 
Sábado 21: Estando en casa, por la noche, pego un manotazo y las gafas salen zumbando desde la mesita de noche y acaban en el suelo.
 
Domingo 22: me levanto a las dos menos cuarto (aunque a las once me había despertado un golpe y, como aún tenía sueño, no me había levantado; a eso de la una menos cuarto me volví a dormir) y descubro que uno de los cristales de las gafas se ha roto. En media hora vienen unos invitados a comer y ponte tú a buscar las gafas viejas.
 
Domingo 22 (por la tarde): oigo a mi padre contar un trozo de la "historia" de Informática El Corte Inglés. Entre otras cosas, me doy cuenta de que él también ha pasado malos momentos en la vida, y sin embargo, ha sido capaz de conseguir que no lo notáramos demasiado. Se enrolla como las persianas. Como el abuelo. Como yo.
 
Domingo 22 (por la noche): mi madre me pregunta que si me envuelve los cuatrocientos trozos de tarta de manzana que han sobrado para llevármelos a CR. Le digo que no, que no tengo donde llevarlos y que, con toda la mermelada, va a ser un asco cuando quiera desenvolverlos. Al final, decido irme el lunes por la mañana, así que hoy ceno tarta de manzana, redondo de pavo relleno y con huevo hilado de ése tan rico que hace mi madre (hubo que recorrerse medio Madrid hasta encontrar el dichoso pavo) con un poquito de ensalada de arenques y una taza de potaje del sábado. "Mira que eres burro", me dice mi madre. "Ya, pero es que las dos próximas semanas voy a comer broza".
 
Lunes 23: dos exámenes y la presentación sobre Japón. Y por la noche, a terminar Ingeniería. Que se pase ya el luneeeeeees.
 
Martes 24: mi madre me llama y me dice que no se ve la tele. Mil pruebas después, acabamos colgando el teléfono "porque ojo lo que me va a costar la conferencia". Por la noche hablo con mi padre y, otras mil pruebas después (mientras, Sara, Paula, Celia y Javifriqui se aprietan un kebab en el Kebab de la Ronda, porque en la resi hay caca para cenar), deduzco que están los cables perfectamente y que lo que ocurre es que el descodificador dice "no hay señal de antena". Curiosamente, sólo se ven los canales locales (la crème: Jiménez Losantos, Popular TV, Intereconomía…). Nada de las autonómicas y las nacionales. ¿¿El problema es de Torrespaña??
 
Miércoles 25: nadie dice nada en Internet de que haya problemas en Torrespaña. Pongo un mensaje en un foro y me contesta otro vecino de la zona que a él le pasa igual y que los guardas de Molino de la Hoz han recibido notificación de incidencias. Llamo a Retevisión y me dicen que les consta una avería en el repetidor de Molino de la Hoz. O sea, maravilloso: cuando por fin nos ponen un repetidor de TDT en Molino, a las cuatro semanas se avería y empieza a emitir una señal corrupta que, al ser una red SFN (frecuencia única desde todos los repetidores), machaca la señal de Torrespaña que llega a la zona, y da igual si tienes tu antena orientada a Torrespaña o a Molino: no se ve nada. Por cierto, hoy viendo vídeos antiguos de Buenafuente he aprendido otra palabra del catalán: "encomanar". Significa "encomendar", pero también "contagiar". Y se pronuncia algo así como "encumaná". Me divierte mucho la fonética del catalán.
 
Miércoles 25 (por la tarde): me escribe un mail (bueno, en realidad ya me mandó otro hace unas semanas) un ingeniero informático por la UCLM natural de Albacete, pero "nacionalizado" en Alpedrete (Madrid). Que si puedo ayudarle a sintonizar Castilla-La Mancha TV en TDT desde Alpedrete, porque como apagan Navacerrada se va a quedar sin los partidos de "su" Albacete Balompié. "¿Dónde vives exactamente?". "En la calle Don Quijote, en Alpedrete". Pues vaya con los manchegos y con Don Quijote, si están por todas partes, jejejeje.
 
Jueves 26: un buen rato después de meterme en la cama me doy cuenta de que llevo todo el tiempo dando vueltas a las cosas en la cabeza. En ese momento, percibo por primera vez en toda la noche el silencio de la habitación. Hasta entonces no había reparado en él. Tampoco me duermo. Las sábanas parecen un revuelto de ajetes, de tantas vueltas como he dado. Ale, Dormidina para variar.
 
Viernes 27: sigo contrastando opiniones con vecinos de la zona (a los que no conozco) y a eso de las dos de la tarde vuelve a verse la tele. 72 horas sin señal de TV. No está mal. He ahí otra de las enormes ventajas de llenar Castilla y Madrid de microrepetidores TDT guarrosos, en vez de encender uno solo: el de Navacerrada (con su personal de mantenimiento 24/7), que facilitaría la recepción a mucha gente, permitiría seguir viendo las cadenas autonómicas de las provincias colindantes y le ahorraría a la Administración el dinero público que cuesta encender toda esa infinidad de repetidores guarrosos, destinados a cubrir el 5% de la población que las cadenas no tienen la obligación de cubrir (se les exige sólo el 95% de cobertura). Pues no. No habrá TDT por Navacerrada.
 
Sábado 28: "Hola, Pobi. Hemos estado comiendo calçots esta mañana y luego esta noche nos vamos a tomar algo con los De Pastors" (mi mami, restregándome cómo se cuidan). Por cierto, curiosidades de la vida, una gran cantidad de los calçots que se consumen en Cataluña se cultivan en tierras de Toledo, jaja. Por la noche, Antonio: "macho, ya te vale, grábame esos DVDs de vuestros cumpleaños, que no tengo ningún documento de las labores de piñatista que durante tantos cumpleaños ejercí". Cómo molaba ser pequeño.
 
Sábado 28 (medianoche): se nos ocurre ver una peli a [alguien] y a mí. Como los DVDs que tengo en la habita son justo los que pongo en el Ciclo, llamo a Paula para que me deje husmear en la colección de DVDs que hay en la biblioteca de la resi. Caigo en la cuenta de que lo suyo es que bajemos ambos a pedirle la llave de la biblioteca (y a elegir la película) a Paula y de que al vernos juntos lo mismo se extraña. "Pos bueno, es Paulilla". Pero a los pocos minutos aparece también… no sé si llamarla "el Centro Universal de Cálculo" o "el Instituto Nacional de Inteligencia" (por la cantidad de información ajena que es capaz de detectar y de almacenar en su cabecita -aunque esa información luego jamás sale de allí, salvo autorización expresa-). Y el caso es que también nos ve. "Pos bueno; no va a ser precisamente ella la que me empiece a vacilar". Al final vemos "School of Rock" y nos gusta. Un poco raro el cantante de El canto del loco doblando al prota (no lo hacía mal en absoluto, pero era raro; se notaba que no era un actor de doblaje profesional), pero te acostumbras. Y ella, aunque bastante reservada, me resulta encantadora, cuidadosa, delicada. Y es una divertida caja de sorpresas: me cuenta que le gusta el rock, que ha visto a Buñuel y que está leyendo a Nietzsche. La gente rara mola. Y "rara" no lo digo en absoluto con desprecio, pues yo soy el primer raro. 
 
Domingo 29: atracón de prácticas de Operativos, Datos e Ingeniería. Pero al final las prácticas deciden portarse bien y no darme problemas no previstos (lo cual no significa que no hubiera previsto problemas) y el rato me cunde. De repente, el conserje "atípico" (Tito Cóber, para los amigos) empieza a llamar por megafonía a residentes inexistentes, rollo bar de Moe. Como diría Pedro: "ya se la están liando", jeje. Como ayer me bebí (con todo mi enorme morro) un par de batidos de Franjito (que llega hoy domingo por la noche) y como luego se me olvidó ir al Mercadona a comprárselos (hoy domingo no abre), le voy a tener que comprar otros de otra marca en cualquier tienda y confesar mi crimen. Comprados los de otra marca, me manda un mensaje Franjito y me dice que llega el lunes a las 12.
 
Lunes 30: a eso de las 11, salgo a comprar batidos al Mercadona. Soy un cerdo…
 
 
Hablando de cerditos, este viernes viene Pirrino para pasar la Semana Santa.
 
Mi nuevo fondo de pantalla. Calella de Palafrugell, de noche.
La foto no es mía; es del usuario "Horitzons inesperats", de Flickr.
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Qué queréis que le haga

01/04/2009 3 comentarios

Sucede que un día los residentes de una residencia universitaria se juntan para poner en común sus opiniones al respecto de las deficiencias del servicio de comedor. Sucede que desde el principio el objetivo último de la reunión es reflejar por escrito esas opiniones y enviarlas a la Consejería de Educación de la Comunidad Autónoma. Sucede que yo no asisto a la reunión, entre otras cosas porque acabo de llegar de un examen y quiero cenar. Y sucede que algunos me miran mal (en parte porque lo sienten y en parte por vacilarme) por no asistir.

 

Miradme como os parezca, pues estáis en vuestro derecho; pero también creo que cada cual tiene sus principios y está en su derecho a no asistir a una reunión si cree que no va con sus métodos. Aparte, en ningún momento a mí nadie me informó de tal reunión, aunque no negaré que la cosa se mascaba en el ambiente.

 

Qué queréis que le haga. No me gustan las broncas, ni las declaraciones de guerra ni, no sé muy bien cómo llamarlo, los “delirios de grandeza”. Por lo pronto, me parece desproporcionado, de repente, enviar una carta a la Consejería de Educación. Por varios motivos. Primero: los orígenes de esas quejas no me parecen lo suficientemente determinantes como para emprender una medida de semejante alcance. Segundo: siempre me ha parecido bajo y traicionero irse a chivar a la autoridad de lo que hace o deja de hacer alguien a quien ves todos los días; creo haber demostrado en suficientes ocasiones que soy partidario de solucionar las cosas con diplomacia, limpiamente y entre los implicados, sin clavar puñaladas por la espalda. Tercero: me parece ingenuo por nuestra parte que, a dos semanas vista de la fiesta de primavera, en un alarde de yo no sé qué sentimiento de enaltecimiento, nos sumerjamos en semejante berenjenal, entre cuyas consecuencias puede estar, fácilmente, que la Directora suspenda la fiesta de primavera, un evento que todos estamos deseando pero que no deja de suponer una serie de gastos extraordinarios para el Centro y que, en tiempos de crisis como éstos, no vendría mal ahorrarse. Y cuarto: me parece aún más ingenuo y, sobre todo, egoísta no pararse a pensar en las implicaciones que semejante acción puede desencadenar para con terceras personas, a saber: el personal que prepara las comidas, el personal de administración y servicios, los ordenanzas, la directora e incluso los propios becarios, quienes, en nuestro papel de intermediarios, nos vemos en un serio compromiso por no poder “fallarle” ni a un “bando” ni a otro.

 

Lo digo una vez más: no me gusta ser ruín ni andarme con malos rollos, así que os ruego que igual que no he puesto el más mínimo impedimento para que hagáis lo que creáis oportuno y que, por supuesto, tampoco voy a chivarme a la Directora, también os ruego que me dejéis decidir si apoyo o no la carta de marras (sin haber asistido a la reunión tampoco la voy a firmar, porque no sé lo que firmo). Pero por otro lado, si no me gusta traicionar, menos aún mentir. El día en que la Directora nos pida cuentas a los becarios (que serán los que tendrán que dar la cara), no voy a poder negar que sí estaba al corriente de lo que había entre manos e incluso, en la medida en que mi conciencia me lo permita, tendré que contarle lo que sabía (que, por suerte, será poco, ya que no asistí a la reunión).

 

Ya el año pasado hubo otra intentona de hacer algo parecido y ya, por el mero hecho de participar en esa reunión (cuyas iniciativas de presentar una queja por escrito en la Delegación, encima, ni siquiera prosperaron) la Directora se encaró enormemente con nosotros los becarios y adoptó una actitud bastante poco grata para el conjunto de los residentes. Y sinceramente, a mí no me gusta vivir enemistado con nadie, sobre todo, por pasarnos de listos.

 

Es humanamente comprensible que a nadie le haga ninguna gracia que se le vayan a quejar a su jefe porque tal o cual aspecto de la gestión que hace presenta deficiencias. También comprendo que habrá situaciones en que esa opción sea la única salida para quien está formulando la queja y por ello en ningún momento la descarto a rajatabla. Pero también comprendo que, antes de tirarnos el pisto enviando un escrito guay a alguien que, por otro lado, tiene otras tantas cosas que hacer, quedan otras vías de protesta, puertas para dentro. Si yo fuera vosotros, presentaría una queja formal y documentada (más allá de anécdotas sueltas) ante la Directora del centro o propondría que se constituyese una comisión permanente de seguimiento del servicio, o incluso ofrecería mi propia colaboración a la persona o las personas responsables de las deficiencias detectadas. Cualquier cosa encaminada a “construir”, no a “destruir”. Porque, sí, esa impresión tuve: en esa reunión desde el principio había bastantes ganas de bronca, de poner a caer de un burro a quien hiciera falta, y de que algunos se sintieran “importantes” asumiendo el papel de líderes espirituales.

 

Y ojo, que yo también tengo mis quejas. A mí también me parece lamentable que este domingo alguna bolsa de la cena contuviera un tomate en mal estado (y eso que aquí la responsabilidad es de quien metió los tomates en las bolsas; y eso que lo hicieron por iniciativa propia y con su mejor intención, para que los bocatas fueran algo más alegres). A mí también me parece lamentable la racanería que, en más de una ocasión, demuestra quien se encarga de suministrar los ingredientes al personal de cocina. Y a mí también me parece lamentable que todas las santas semanas nos pongan flamenquines o sanjacobos y que el menú de la semana lleve faltas de ortografía. Pero por lo pronto ninguna de estas observaciones me supone el fin del mundo (nadie es perfecto). Por otro lado, también me parece lamentable que la gente se queje a veces porque “no le gusta el arroz negro” o porque “qué asqueroso es este pescado”. Eso no me parece un motivo de queja. Me parece, en todo caso, una falta de educación que, para colmo, se está intentando pagar con terceros. Así pasa: cualquier mínima innovación culinaria nunca prospera, porque la gran mayoría de los residentes luego van y se quejan. Recuerdo que en mi primer año, un día, nos hicieron un “menú alemán” (y hubo, cómo no, quien dijo que vaya un asco de comida; yo agradecí poder probar cosas distintas de las de todas las semanas). Pero iniciativas similares no se han repetido desde entonces, y de eso también me quejo.

 

Pero fuera del terreno alimenticio, también tengo mis quejas. La calefacción desmesurada y el gasto absurdo de energía que conlleva tener las ventanas abiertas y la calefacción a tope. El horario de apertura de la piscina (¿de 4 a 6 de la tarde?). Lo pronto que se cena. Lo mal que va la WiFi y el incompetente servicio de autenticación que hay contratado con una empresa que, encima, pasa de nosotros cuando hay problemas. El poco cuidado que se tiene a veces al limpiar las habitaciones (no me hizo mucha gracia encontrarme un día encima de la mesa todos los apuntes revueltos). Que no pueda uno entrar por la puerta delantera porque a no sé quién se le antojó decir que esa puerta debía estar siempre cerrada a partir de las diez de la mañana. Que la Directora no tome medidas más drásticas para que la gente respete las horas de sueño (a los que tenemos problemas para dormir eso nos toca las narices bastante) y ande por los pasillos dando voces sin importar si son las doce del mediodía, las cuatro de la tarde o las seis de la mañana. Pequeñeces de ésas se me ocurren a patadas. Pero, sinceramente, estoy aquí de paso y como entiendo que es imposible que siempre llueva a gusto de todos en un sitio como éste, pues lo intento sobrellevar como buenamente puedo. A lo sumo, de vez en cuando manifiesto esas quejas a los implicados o, si lo llego a creer conveniente, a la Dirección. Pero procurando un poquito de consideración, no en plan “pie de guerra” ni con ganas de hacer daño a nadie, por muy lerdo o escaso que me parezca ese alguien. Y no mando una carta al consejero de Educación. Y si en algún momento esos problemas se me volvieran especialmente incómodos, pues me voy a un piso, que aquí nadie me obliga a estar, y encima me están subvencionando la mitad de lo que cuesta.

 

Y es que quejarse es fácil y cómodo. Agradecer ya es más difícil. Y comparar tus problemas con los de otros que viven mucho peor que tú, mejor ni intentarlo. Lo gracioso es que, a la larga, el que va por ahí quejándose por todo y encarándose con la gente lo único que consigue es buscarse enemigos y complicarse su propia existencia. Y buena gana, porque nuestra existencia ya de por sí es suficientemente complicada. 

 

He estado trece años comiendo en el comedor de un colegio pijo. Vale que éramos mil no sé cuántos alumnos y que el ambiente no fuese tan familiar como aquí. Pero, inevitablemente y por muy pijo que fuera el colegio (lo de pijo lo digo emulando la terminología que me suelen restregar algunas personas; a mí siempre me pareció que había las mismas grandes personas, la misma gente y la misma "gentuza" que en todas partes), quejarse por la comida que nos daban era también uno de los temas estrella. Y recuerdo que alguna vez también apareció un gusano en un plátano. Y es que en un comedor público siempre habrá quejas, porque se cocina para muchos y porque no estás en tu casa. Así que lo más sensato es intentar asumirlo (y, si detectas cosas que verdaderamente se salen de lo asumible, generar las críticas constructivas necesarias) y Santas Pascuas. Tomárselo como si en ello fuera la vida y emprender, por deficiencias puntuales, cruzadas cuyas consecuencias pueden resultar violentas para ti mismo y para otros tantos me parece desmedido.

 

 

Qué queréis que le haga.

 

 

PD: este texto lo escribí antes de poner la película de hoy (“Las vírgenes suicidas”, de Soffia Coppola). Terminada la película (por cierto, Arturo, eres infalible, macho) y conmocionado todavía por lo humanamente bella que es la historia que cuenta, las pequeñeces éstas sobre el comedor me importan un auténtico bledo (luego, por lo visto, el pijo soy yo). Pero bueno, como pongo “películas raras” (soy raro, así que pongo películas raras; qué queréis que le haga), no hace falta que la gente baje a verlas si no quiere. Así tiene más tiempo para seguir quejándose de la comida.

 

PD 2: pese al tono irónico y hasta violento de este texto, ni se os ocurra pensar que pueda guardar rencor a alguien. Eso también va contra mis principios. Simplemente comprended por favor que yo también tengo mi cabecita y mi escala de valores y que si en algún momento no entendéis mi actitud puede simplemente ser porque no me conocéis lo suficiente. Y ahora disculpadme, que voy a salir (por enésima vez en diez minutos) a pedir que dejen de dar voces por el pasillo, porque Franjo y otros residentes intentan dormir.

 

PD 3: o a lo mejor no les digo nada y directamente se lo chivo mañana a la directora.

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