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La cucaracha, la cucaracha… (I)

(nota: esta entrada la escribí el domingo pasado, pero por problemas técnicos no la he podido publicar hasta hoy)
 

El otro día leí en Internet (por cierto, este fin de semana estoy sin Internet en el apartamento, pero voy a aprovechar los ratos libres para escribir esto) que Tokio es una ciudad que vive de espaldas al mar. ¡Y es verdad! Pese a ser una ciudad costera (la humedad atmosférica da debida cuenta), no hay en Tokio una sola playa en que bañarse ni un solo paseo marítimo en que sentarse a tomar algo mientras contemplas las olas. Odaiba, la isla artificial, es lo único parecido. Pero en su playa no está permitido bañarse, aunque de noche sí se pueda disfrutar tranquilamente el sonido de las olas y la preciosa vista nocturna que desde allí se divisa.

 

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Merchandising de Barcelona’92 en una tienda de Shinjuku.

 

En cualquier caso, es una ciudad con un encanto especial. Ya lo he dicho otras veces: pese a que parezca una ciudad caótica consigue crear una imagen de armonía muy simpática. Ayer al anochecer salí a darme una vuelta. Por una vez, corría una brisa fresca que invitaba a pasear. Me perdí durante un rato por las estrechas calles y por los parques (hay bastantes parques, con bastante vegetación y bastantes chicharras y bastantes cuervos). Qué tranquilidad. Parecía que me estuviera dando un paseo nocturno por Monte Rozas, pero con mucho más encanto (al menos para mí, que sólo llevo aquí unas semanas). El encanto que provocan, por ejemplo, las máquinas de bebidas por doquier (y que bien podrían suplir al alumbrado público, porque menuda luz sale de ellas), las microlavanderías, los paseantes acompañados por su perro (¡y qué perros más preciosos se ven!), los chalecillos apelotonados por todas partes –por pegados que puedan estar y por minúsculos que sean sus jardines traseros o frontales, siempre, todos los edificios, incluidos los que tienen su fachada en una gran avenida, guardan con los edificios contiguos una separación de unos 50 cm; una especie de pasadizo estrechísimo que hace las veces de trastero y donde bien te puedes encontrar bicicletas aparcadas, algún cubo de basura, macetas con flores, vegetación silvestre o extractores de aire acondicionado–, las tiendas de conveniencia, los ríos… y los propios japoneses, claro.

 

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Lavanderías autoservicio por monedas. En la de encima pone claramente "Coin Laundry", pero en caracteres katakana japoneses xDD

 

No se oía ni un coche pasar (es sorprendente el poco tráfico que te puedes encontrar por las calles de Tokio; los japoneses apenas usan el coche para desplazarse por ciudad; supongo que, entre otras cosas, porque no hay donde aparcarlo). Lo único que se oía era el tintineo de esas campanillas que la gente cuelga en verano a la puerta de sus casas (o en el exterior de la ventana) y que tan simpático sonido provocan cuando se levanta brisa. Y todo esto, a dos minutos de la agitada y atronadora Takadanobaba, de los rascacielos, de las luces de neón, de los cibercafés 24 horas, de los animadísimos barrios comerciales, de los “o-kyaku-sama ni irasshaimase” (“bienvenido, honorabilísimo cliente”) saliendo de cada esquina…

 

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Una simple máquina de cafés.
Yo creo que, si se lo pides, te canta villancicos también. 

 

Cibercafés. Bueno, o algo así. Ya he mencionado algún día el concepto de “manga-kissa” (ah, hoy desde el tren he visto uno de estos establecimientos entre las estaciones de Meguro y Ebisu; en la fachada un rótulo decía “Café y libros”, así, en español), pero ayer tuve la ocasión de entrar en uno. Resulta que compré por Internet un billete para una excursión a Nikko. Me lo mandaron por email y me pidieron que lo imprimiera y lo llevara a la excursión. Y, claro, me he traído el portátil a Japón, pero no la impresora.

 

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Y una simple máquina de refrescos. Ésta recita poesías.   

   

Uno de los problemas que los extranjeros notamos en Tokio es que no es fácil encontrar las cosas. Quiero decir que por las calles, en los bajos de los edificios, sólo ves restaurancillos, tiendas de conveniencia, tiendas de productos de higiene y droguería, floristerías, pachinkos, tiendas de aparatos electrónicos y algún pequeño “todo a cien yenes” o alguna tienda de barrio de ropa (y en las manzanas residenciales, lavanderías y tintes). Pero como quieras encontrar un pub, una copistería, una clínica, una tienda de colchones, una tienda de recuerdos y postales o cualquier otra cosa que se te ocurra, lo tienes bastante crudo. Amén de que me da la sensación de que no hay nada parecido a El Corte Inglés (una gran tienda que lo venda todo). En Shinjuku tienes grandes almacenes, pero no dejan de ser tiendas independientes unas de otras. Aparte, muchos de los establecimientos que puedas necesitar probablemente estén escondidos en sabe Dios qué rincones de los muchísimos que tiene esta ciudad. Y lo peor de todo, en cualquier planta de cualquier edificio, no en los bajos. O sea, que desde la calle, o “cazas” el cartel (en japonés) que dice “estamos en la 3ª planta de este edificio” o ni te enteras de que existe.

 

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Akihabara. A la izquierda, el Club Sega.

 

(Llegado este punto, me quedo perplejo contemplando cómo una cucaracha de laaaargas antenas se pasea camuflada por entre los cables del portátil. Superado el susto inicial –¿qué clase de insectos hay en la otra punta del planeta? ¿Pican, vuelan, muerden…?–, hago una foto con la cámara sobre el rincón en que aparentemente se ha escondido –y que no alcanzo a ver–, y compruebo que sí, que es una cucaracha de laaaaaaargas antenas. Con unos unos palillos, medio plato de plástico y un vaso de plástico, me las ingenio para atraparla. Me la llevo dentro del vaso a la calle y aparece un gato. Y le digo: “sí, hombre, y que te lo comas después de lo que me ha costado atraparlo vivo”. Le hago una foto al gato y lo sobo un poco –todas las noches me encuentro unos gatos muy cariñosos por la calle– y cuando se va, suelto al bichejo, que sale por piernas en cuanto se ve libre. Me pregunto por dónde habrá entrado al apartamento (aunque ya caigo en que algún día he abierto un rato la ventana que está justo junto a la mesa donde está el portátil), pero vista la humedad que hace siempre y lo que llueve, no me extraña que salgan a flote todo tipo de bichos).

 

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"Por favor, use el cuarto de baño con limpieza".
Me recuerda a una pintada que me encontré en un retrete de Amsterdam. Habían escrito: "This is not a Spanish toilet, so please keep it clean" (tengo foto).

 

A lo que iba. Que no sabía dónde imprimir el documento. Fotocopiadoras autoservicio y máquinas para imprimir fotos que llevases en la tarjeta de memoria había muchas. Pero copisterías en las que pudieran imprimirte un documento PDF, no. En estas andaba cuando me encontré una oficina de una agencia de viajes en cuyo escaparate todo estaba escrito en japonés y llamada HIS. Y digo: “¡Hombre! ¡Pero si es a elos a quienes he comprado el billete!”. Entro y le explico a una chica, como puedo y en japonés, mi problema. Me pide, en inglés (¡habla inglés!) mi nombre y lo teclea en el ordenador. “No me viene nada”. Como no entiendo por qué no le aparezco, le pregunto si al menos puede indicarme dónde hay algún sitio para imprimir un documento que llevo en un pincho USB. Me acompaña por la calle unos metros más arriba y me dice que en la 5ª planta (4ª, si estuviéramos en Canarias) hay un cibercafé. Subo y compruebo que es una manga-kissaten de ésas: una especie de cafetería dividida en compartimentos (cada uno con su propia puerta y totalmente separado) en los que, básicamente, te encuentras un sofá –o un sillón, según lo que pidas–, un ordenador, un televisor, un flexo y un diminuto “hábitat” en el que puedes ponerte a estudiar, a echarte la siesta, a navegar por Internet, a ver películas bajo demanda que cambian de un día para otro –en el que yo estuve ofrecían, entre otras, la película de Galaxy Express 999– o a leer cómics. Porque fuera de los compartimentos, en el salón, tienes una enorme biblioteca de cómics, revistas y periódicos, además de mesitas en las que puedes sentarte a comer algo y duchas. Y té, café y agua para que consumas cuanto quieras. Y un calentador de agua, por si te llevas un bote de fideos instantáneos o tu propio té. 

 

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Urinario tradicional japonés.

 

Pues bien, el dependiente y yo nos entendimos como pudimos (en el fondo, sí que hay algo de gente que habla un poquito de inglés; lo que más les cuesta es construir las frases, pero palabras sueltas entienden muchas, aunque las pronuncien a su manera…). Muy amablemente me expedió una tarjeta de socio. Pero vaya un socio que llega to sudao, hablando mal el japonés, habiéndose dejado el pasaporte –mentira, es que lo busqué en el bolsillo equivocado–, pidiéndoles cosas raras como imprimir documentos desde un pincho USB y con prisa porque se muere del hambre. Me dijo que el consumo mínimo era media hora, 280 yenes. Toda la noche (seis horas) eran unos 1000-2000 yenes (bastante más barato que un hotel, ¿eh?). Me metí en un compartimento de ésos, flipé con el teclado (había teclas que tenían hasta cinco funciones/caracteres diferentes; y por otro lado, había unas cuantas teclas más que en un teclado español, por lo que el tamaño de la barra espaciadora era diminuto, y justo a su derecha tenía una tecla para cambiar el alfabeto de entrada de texto; acostumbrado como estoy a pulsar la barra espaciadora con el pulgar derecho, no hacía más que darle por error a la dichosa teclita…), me las ingenié para mandar imprimir el documento –me lo dieron a la salida; por cierto, me cobraron a unos 18 céntimos de euro cada folio a color–. Vale, genial, mi agencia de viajes no se llamaba HIS, sino "HIS – Experience" y el logo era claramente distinto. Qué absurdez.

 

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Si entraras en un cibercafé y te encontraras con este tipo de Windows y de teclado…

Y vieras que cada dos o tres letras occidentales que tecleases se transformaran automáticamente en un carácter japonés. ¿Qué harías?

 

Según escribo esto, hoy domingo, se ha puesto otra vez a diluviar una barbaridad. Se estarán mojando los cuervos…

 

Sigamos. Impreso el documento, me fui yendo al apartamento. Me encuentro un cartel informativo referente a terremotos y lugares de evacuación. Da mal rollo que te lo encuentres por la calle… También me percato de que asfaltan las calles continuamente. Están siempre impecables. Y resultan una chulada tan estrechitas, sin arcén y con todos esos rótulos escritos encima, esas zonas salteadas asfaltadas en rojo y esos pasos de cebra en todas las direcciones imaginables. Me paro porque un camión decorado con Pikachus por todas partes está dando marcha atrás. Con la marcha atrás también suena la megafonía de los camiones (aunque por desgracia no era Pikachu el que decía “estoy dando pika-marcha atrás, ten pika-cuidado”). Terminada la maniobra, el conductor me hace una reverencia desde el camión para darme las gracias por esperar. También hay anuncios sonoros para peatones en las salidas de los edificios de aparcamientos: “kuruma ga demasu, go chuui kudasai” (“salen coches: sea tan amable de tener cuidado”). Y lo más gracioso: hay edificios de aparcamientos exclusivamente para bicicletas. La estación de Akihabara, como cualquier estación de Cercanías madrileña medianamente transitada, tiene anexo un edificio de aparcamientos de varias plantas… pero sólo para bicicletas.

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Akihabara. Tiendas de componentes.

 

Me compro en un Seven Eleven un boli de marca Mitsubishi (dice mi padre que las empresas japonesas hacen de todo; ésta al menos parece que fabrica bolígrafos, todo-terrenos, ascensores para edificios, productos electrónicos y audiovisuales, aires acondicionados…) y los comestibles para hoy: bolita de arroz envuelta con alga y rellena de a saber qué, un yogur caro (los postres lácteos y también ciertas frutas son muy caros, pero hay que decir que los lácteos que te venden están muy buenos; no te encuentras yogures con sabor a colorante y con textura plasticosa…) y varios o-bento (platos preparados): tallarines udon con verduritas y bacon ahumados, un filete de cerdo rebozado y bañado en una especie de crema de huevo (delicioso) servido sobre una cama de arroz blanco, y otro en el que pone “Okonomiyaki”. Me lo compro sin saber qué es (parece una plasta así extendida a lo largo del envase transparente), pero el caso es que el nombre me suena muchísimo.

 

(continúa en la siguiente entrada; me dice Live Spaces que he escrito demasiado texto para una sola entrada…)

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Categorías: Sin categoría
  1. Miguel
    13/08/2008 a las 2:03 pm

    Jo Como mola el Club Sega Sabes de que Anime o Juego es la foto que tiene puesta (Es que me suena un Puñao), Jo Soy el Unico que te pongo comentarios T_T

  2. mazorco
    13/08/2008 a las 2:48 pm

    Pues no tengo ni la más remota idea de a qué anime / manga / videojuego pertenece la imagen…Y oye, que hay más gente que me hace comentarios (algunos no necesariamente aquí), pero vamos, que los comentarios son lo de menos, jeje. Yo voy a seguir escribiendo esto igual 🙂

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